Hay una escena en «La lista de Schindler» que resulta desoladora. Consciente de la arbitrariedad y el poder absoluto del comandante Göetz sobre la vida y muerte de los prisioneros judíos, Oskar Schindler intenta interceder a favor de los desgraciados. Para conseguir que el sádico nazi deje de disparar desde la terraza a los infelices trabajadores, trata de convencerle de que la verdadera grandeza es poder ser clemente. Poder serlo porque sí, porque lo decides, porque quieres. Más allá de la ley o de la justicia. Un rato después, el militar se mira en el espejo y juega a ser todopoderoso alzando el dedo como hacían los emperadores romanos en las peleas de gladiadores en el circo, en señal de clemencia. Desgraciadamente, la intención le dura poco y continuará ejerciendo su poder demencial y despótico en el campo.
Salvando las distancias, por supuesto, pero he recordado esta escena al oír hablar de los indultos cubanos cada vez que llega un papa a la isla. Ocurrió con Juan Pablo II, con Benedicto XVI, y de nuevo ocurre con la inminente visita de Francisco. 3522 presos van a ser liberados, atendiendo a distintos motivos: edad, antecedentes, comportamiento en prisión, salud, repatriaciones…
Que conste, que me parece muy bien que se libere a gente, cuanta más mejor, pues creo que la prisión es solo un mecanismo que muestra la incapacidad de una sociedad para solucionar sus conflictos. Y pienso que, si hay cárceles –que desgraciadamente parecen ser necesarias– deberían ser para cuantos menos mejor. Pero un indulto masivo me hace pensar en dónde está el equilibrio entre ley, condena, justicia, poder y arbitrariedad. Las leyes, por cuya vulneración hay quien va a prisión si el delito lo exige, son generales. No se puede hacer una ley para cada caso. Y a veces la ley, por su generalidad, es ciega. Pienso que el indulto es precisamente un mecanismo para prevenir las ocasiones en que, por su ceguera, la ley termina siendo injusta, y cargando sobre una persona una condena que no debería tener. Pero no creo que el indulto deba ser considerado un instrumento para ser utilizado, a conveniencia y sin explicaciones, por una autoridad que pretenda ser justa.
Es ahí donde el uso del indulto con esa generalidad, con esa magnanimidad incluso, con esas cifras, me parece que es señal de un sistema legal desproporcionado, que tiene en la cárcel a muchas personas que perfectamente podrían estar fuera. Y que, por lo tanto, lo que habría que revisar no son las condenas particulares, por la vía de la excepción, en nombre de la generosidad de un poder absoluto que decide ser compasivo; sino las propias leyes que hacen que tantas personas permanezcan en prisión sin necesidad. De lo contrario, no es misericordia, sino arbitrariedad.
José María R. Olaizola sj
pastoralsj
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