Hoy Sábado 12 de noviembre, con una Eucaristía presidida por el P. General Arturo Sosa se celebró, en acción de gracias, la clausura de la Congregación General en la Iglesia de San Ignacio, parroquia de la Compañía de Jesús en Roma. Los concelebrantes principales eran los PP. Douglas Marcouiller y Antoine Kerhuel. En su introducción, el P. General quiso solicitar la intercesión de María, invocada tradicionalmente en la Compañía bajo el nombre de Nuestra Señora del Camino, a fin que de ella acompañe a los “amigos en el Señor” que partirán por los diversos caminos del mundo tras su trabajo en la Congregación General. También pidió a María ayudar a todos los jesuitas a ser testigos verdaderamente auténticos del mensaje de Cristo, y que puedan ser también reflejo creíbles de su rostro en el mundo.
Los textos bíblicos de la liturgia de la Palabra fueron escogidos para la ocasión. De la primera carta de san Juan (4,7-16), se destaca la insistencia en el amor mutuo, reflejo del amor de Dios que debe animar el conjunto de las relaciones, no solamente entre jesuitas sino también con todos aquellos y aquellas con los cuales ellos sirven y hacia los cuales son enviados. El Evangelio fue el de san Marcos, capítulo 16. Se trata del envío de los apóstoles, en el momento de las Ascensión, a proclamar “la buena noticia a toda criatura”. El evangelista concluye subrayando que este envío ha dado frutos: “ellos salieron a predicar por todas partes, el Señor los asistía y confirmaba la Palabra acompañándola con señales”. Si los signos evocados por Marcos –serpientes y venenos mortales– pueden ser diferentes según los contextos y las épocas, su carácter de liberación y de salvación permanece siempre pertinente, y hoy puede ciertamente fundar el testimonio evangélico.
En su homilía, el Padre General a remarcado el vértigo que acompaña siempre el final de toda fuerte experiencia de discernimiento y la importancia de fortalecer la confianza en la elección realizada, fundamentándonos en “la consolación que proviene de estar en sintonía con la voluntad del Padre.” En continuidad con los diálogos tenidos durante la Congregación, el P. Sosa invitó a los asistentes a rezar una vez más el “Tomad Señor y Recibid” en unión de ánimos con los compañeros en situaciones de guerra. Para el Padre General el proceso de discernimiento de la Compañía reunida en Congregación General “nos pone ante el reto de convertirnos en ministros de la reconciliación en un mundo que no se ha detenido durante nuestras deliberaciones.” Haciendo referencia a las complejas situaciones de guerras, personas refugiadas, desigualdad y la creciente debilitación de lo político, el P. General nos invitó a “a ver este mundo con los ojos de los pobres y a colaborar con ellos para hacer crecer la vida verdadera.” Es nuestro discernimiento, insistió el P. Sosa, el que “nos invita a ir a las periferias y a intentar comprender cómo afrontar globalmente la integralidad de la crisis que impide las condiciones mínimas de vida a la mayoría de la humanidad y pone en riesgo la vida sobre el planeta Tierra, para abrir espacio a la Buena Nueva.”
Para el P. Sosa el apostolado de la Compañía de Jesús es necesariamente intelectual, buscando la comprensión de todo lo que oprime a las personas en este mundo, aprendiendo lenguas nuevas para comprender y compartir la Buena Nueva de la Salvación para todos y todas. “Si abrimos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo y nuestras mentes a la verdad del amor de Dios no beberemos el veneno de las ideologías que justifican la opresión, la violencia entre los seres humanos y la explotación irracional de las reservas naturales.”
La predicación terminó invitando a predicar el Evangelio por todas partes, consolados por la experiencia del amor de Dios. “Como a los primeros Padres, el Señor nos ha sido propicio en Roma, y nos envía a todos los lugares del mundo y a todas las culturas humanas. Vayamos confiados porque Él trabaja a nuestro lado y confirma con signos inéditos nuestra vida y misión.”
Luego de una plegaria con un carácter muy universal (las intenciones fueron proclamadas en polaco, rumano, japonés, francés, cingalés y árabe), el ofertorio comenzó con una procesión con danzas de tradición congolesa. Esta variante en relación a la tradición estrictamente romana fue para los jesuitas otra manera de subrayar el carácter universal de su servicio, que debe estar siempre en movimiento, en evolución, según las necesidades de épocas y personas. En el mismo espíritu, un rito indio, con ofrendas de flores, completó la pregaria eucarística.
Al final de la celebración, luego del canto latinoamericano “Santa María del Camino”, los coros se unieron en una nueva interpretación del Te Deum. Durante el cántico, el P. General y los miembros de la asamblea –representantes de las Asistencias, de los hermanos, de los estudiantes, des los laicos– se valieron del incienso para representar la oración que emerge de la compañía entera, dispersada por todos los lugares del mundo para “amar y servir”. Finalmente, se entonó este canto tan característico de la espiritualidad de la Compañía: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”.
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